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El Dictador Hispanoamericano Como Personaje Literario
Published online by Cambridge University Press: 24 October 2022
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La dictadura ha predominado como forma fundamental de organización política en la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas, desde el logro de la Independencia hasta nuestros días. Las fuerzas democráticas, siempre presentes y muchas veces heroicamente activas, por lo general han llevado la peor parte en el conflicto con la tiranía. Por eso resulta comprensible que la novela hispanoamericana refleje, desde sus comienzos, esa característica básica de la vida social del Continente. El número de novelas que, directa o indirectamente, se refieren al tema dictatorial es enorme. Curiosa y (en apariencia) contradictoriamente, por larguísimos años el dictador no ha sido protagonista de estas obras. Aparece en ellas como un personaje más, importante, pero secundario, en el desarrollo de la trama. No es sino en la década del 70 de este siglo, con las novelas dedicadas a este tema por Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez y Arturo Uslar Pietri, cuando el dictador ocupa el centro de la atención del autor y su personalidad es examinada en todas sus aristas. O sea que hasta 1970 no existió mas que el género (la novela de dictadura), de orientación sociológica y política, más que psicológica. Sólo en la década del 70 aparece la especie (la novela de dictadores), que además de retratar un régimen se concentra en el estudio de la compleja personalidad tiránica de un individuo. Al examen del proceso histórico y literario que explica ese fundamental cambio de orientación estética está dedicado este artículo.
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- Research Article
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- Copyright © 1981 by the University of Texas Press
References
Notes
1. Antes de Amalia ya se combate a Rosas en obras de ficción como El matadero (1840) de Esteban Echeverría y Los misterios del Plata (1846) de Juana Mansón. En la segunda mitad del siglo XIX se publican varias novelas de dictadura, si se toma el término en su más amplio sentido: Historia del perínclito Don Epaminondas del Cauca (1863) por Antonio José de Irisarri; La gran aldea (1884) por Lucio López; Ismael (1888) por Eduardo Acevedo Díaz; La Bolsa (1891) por José María Miró; Pasiones (1891) por José Gil Fortoul; El conspirador (1892) por Mercedes Cabello de Carbonera; La democracia en mi tierra por A. Romero García. Y, desde luego, en 1845 ve la luz el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, una síntesis de elementos históricos, biográficos, novelescos y ensayísticos que por décadas ha de ejercer gran influencia literaria, política y sociológica en toda la América española.
2. Rufino Blanco Fombona, La bella y la fiera (Madrid: Renacimiento, 1931), pp. 5–6. Del período 1900–31 merecen destacarse varias novelas de dictadura. Vida criolla (1905) por Alcides Arguedas, Pax (1907) por Lorenzo Marroquín y La candidatura de Rojas (1909) por Armando Chirveches, lo son sólo por extensión, porque censuran la sociedad que naturalmente resulta del despotismo. El Cabito (1910) por Pedro María Morantes ataca directamente a Cipriano Castro. En 1911 abre Mariano Azuela su gran ciclo narrativo sobre la Revolución Mexicana que, al menos en parte, toca aspectos del género en Andrés Pérez, maderista (1911), Los de abajo (1916); Las moscas (1918) y Las tribulaciones de una familia decente (1918). De 1913 es La caída del cóndor donde José María Vargas Vila relata el asesinato del Presidente del Ecuador Eloy Alfaro. Citemos además: Lanza y sable (1914) por Eduardo Acevedo Díaz; La sangre (1915) por Tulio Manuel Cestero, sobre el dictador dominicano Ulises Heureaux (Lilis); El doctor Bebé (1917), nuevo título de Política Feminista (1912) de José Rafael Pocaterra; Generales y doctores (1920) donde Carlos Loveira retrata la vida política que pronto ha de llevar en Cuba a la dictadura de Gerardo Machado; La oficina de paz de Orolandia (1925), en uno de cuyos capítulos Rafael Arévalo Martínez caricaturiza al tirano guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. Odisea de tierra firme (1931) de Mariano Picón Salas se refiere a una dictadura tropical.
3. Véanse, por ejemplo, Hombres y rejas (1936) del peruano Juan Seoane; Puros hombres (1938) de Antonio Arraíz; Fiebre (1939) de Miguel Otero Silva (hay una nueva edición revisada, 1975) y El puño del amo (1939) de Gerardo Gallegos, las tres contra Gómez; El tirano Bebevidas (1939) de Manuel Bedoya, contra Benavides; Ecce Pericles (1946) por Rafael Arévalo Martínez, biografía novelada de Manuel Estrada Cabrera; Cementerio sin cruces (1949) por Andrés Requena, contra Trujillo.
4. Seymour Menton, “La novela experimental y la república comprensiva en Hispanoamérica,” en Juan Loveluck, La novela hispanoamericana, 4a ed. (Chile: Editorial Universitaria, 1972), p. 277.
5. Martín Luis Guzmán, La sombra del Caudillo, 15a ed. (México: Compañía General de Ediciones, 1971), p. 54.
6. Otras novelas de la Revolución Mexicana relacionadas con el tema dictatorial: Vámonos con Pancho Villa (1931) por Rafael Muñoz; Tierra (1932) por Gregorio López Fuentes, sobre Emiliano Zapata; Mi general (1934) del mismo autor. Azuela continúa atacando al régimen político producto de la Revolución, acusándolo de ser arbitrario y de renegar de sus principios en El camarada Pantoja (1937), contra Obregón; San Gabriel de Valdivias (1938), contra Calles; La nueva burguesía (1941), contra Cárdenas. En el mismo período, Rómulo Gallegos—que había rozado antes el tema en Doña Bárbara (1929)—insiste sobre él en Cantaclaro (1934) y sobre todo en El forastero (1942), que puede tomarse como imagen simbólica de la tradición caudillística hispanoamericana.
7. Luis Hars y Barbara Dohman, Into the Main Stream: Conversations with Latin American Writers (New York: Harper & Row, 1967), p. 78.
8. Miguel A. Asturias, El señor presidente, 3a ed. (Buenos Aires: Editorial Losada, 1959), pp. 18, 48.
9. Francisco Ayala, Muertes de perro (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1958), p. 11.
10. “Notas sobre el personaje en la novela hispanoamericana,” en Loveluck, p. 125.
11. “Social Comment and the Latin American Writer,” World Literature Today 52, no. 1 (1978): 6, 7, 8.
12. Entre 1950 y 1970 se publican numerosas novelas relacionadas con el tema de la dictadura. Entre ellas: Camaleón (1950) de Fernando Alegría; La prisión (1951) de Gustavo Valcárcel; El gran Burundún Burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea; Casas muertas (1955) de Miguel Otero Silva; Salomé de Santa Cruz (1957) de Gerardo Gallegos; La fiesta del rey Acab (1959) de Enrique Lafourcade; El tiempo de la ira (1960) de Luis Spota; El sexto (1961) de José María Arguedas; La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes; La misa de Arlequin (1962) de Guillermo Meneses; Un retrato en la geografía (1962) de Arturo Uslar Pietri; La muerte de Honorio (1963) de Miguel Otero Silva; Estación de máscaras (1964) de Uslar Pietri; Los hombres de a caballo (1967) de David Viñas; Trágame tierra (1969) de Lisandro Chávez Alfaro. Y last but not least, Conversación en la catedral (1969) donde Mario Vargas Llosa realiza el tour de force de pintarnos toda la decadencia y el horror de una dictadura sin que el dictador aparezca ni una sola vez en escena. En este período aparecen también gran número de novelas sobre el tema de la violencia en Colombia, por ejemplo: El Cristo de espaldas (1952) de Eduardo Caballero Calderón; Viento seco (1954) de Manuel Caicedo; La calle 10 (1960) de Manuel Zapata Olivella; El día señalado (1964) de Manuel Mejia Vallejo. Y algunas de las novelas de Gabriel García Márquez anteriores a Cien años de soledad (1967), sobre todo: El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962). Véase el artículo de Lucila Inés Mena, “Bibliografía anotada sobre el ciclo de la violencia en la literatura colombiana,” LARR 13, no. 3 (1978), 95–107.
13. Alejo Carpentier, El recurso del método, 14a ed. (Madrid: Siglo XXI, 1976), p. 121.
14. Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo, 2a ed. (Madrid: Siglo XXI, 1976), p. 23.
15. Gabriel García Márquez, El otoño del Patriarca, 3a ed. (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1975), p. 199.
16. Arturo Uslar Pietri, Oficio de difuntos (Barcelona: Seix Barral, 1976), p. 331. Contestando la acusación de que su novela “da la impresión” de presentar la dictadura de Gómez como “una necesidad histórica,” Uslar Pietri dice en una entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza, “Arturo Uslar Pietri,” Hombre de Mundo 2: (1977), 109–110: “Yo creo que Gómez corresponde a una realidad histórica. Logró acabar la guerra civil y establecer formas nacionales de vida, establecer un ejército nacional, extinguir la raza de los caudillos y acabar con los viejos partidos históricos. El país moderno nace a la muerte de él. Gracias a la limpieza que él hizo … Gómez es un hombre que gobernó con mucha dureza y su figura es mirada de modo pasional, en pro y contra, y creo que más en contra. Pero se le hace un servicio al país diciéndole: bueno, vamos a ver este fenómeno con un poco de objetividad. … Yo no estoy haciendo la apología de Gómez; mi libro es tampoco una apología. Personalmente jamás he sido amigo de la dictadura. Jamás he estado con ninguna de las dictaduras que me ha tocado vivir en Venezuela. Yo lo que creo, Plinio, es que es tiempo de que tratemos de ver nuestra historia objetivamente, ver a Gómez como los franceses ven a Luis XI o como los rusos ven a Iván el Terrible. Eso fue parte de su vida. De allí vienen. Interesa resolver el pleito que tenemos con nuestra historia. Debemos verla objetivamente, ahora que la posibilidad del caudillismo está negada (en Venezuela).” Nótese como el novelista hispanoamericano es obligado constantemente a justificar políticamente su obra de ficción.
17. Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization (New York, 1947), pp. 358 y ss.
18. Sobre la “intertextualidad,” véase J. Kristeva, Sémiotique. Recherches pour une sémanalyse (Paris: Editions du Seuil, 1969). Sobre el contenido y la forma de las novelas de Carpentier, Roa Bastos y García Márquez, véanse: Angel Rama, Los dictadores latinoamericanos (México: Fondo de Cultura Económica, 1976) y Conrado Zuluaga Novelas del Dictador; Dictadores de novela (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1977). En su artículo “El recurso del supremo Patriarca,” Casa de las Américas 98 (1976): 15–17, Mario Benedetti estudia el episodio en que el Patriarca de García Márquez hace servir en un banquete el cadáver del general Aguilar y dice: “la desmesura de la imagen, al quitarle vaivén y expectativa a la anécdota, no sólo monotoniza el recurso, sino que además deja al descubierto una retórica que en Cien años de soledad había sido genialmente camuflada por la fruición de la peripecia y la invención verbal.” Jaime Mejía Duque acusa a García Márquez de exagerar en El otoño el uso de la hipérbole hasta convertir toda la novela en una gran tautología. Véase El otoño del Patriarca, o la crisis de la desmesura (Medellin, 1975).
19. Kessel Schwartz, “From Prisoner to Warden in Twentieth-Century Spanish American Fiction,” American Hispanist 4, no. 28 (Sept. 1978): 8.
20. Además de las cuatro novelas estudiadas en este trabajo en la década del 70 aparecen otras novelas de dictadura, entre las cuales merecen mención: Polispuercón (1970) de H. A. Murena; Su Excelencia (1971) de Mario Moreno (Cantinflas); Farsa (1971) de Juan Goyanarte; El secuestro del general (1973) de Demetrio Aguilera Malta. Debe hacerse mención aquí de la producción novelística cubana posterior a 1960. Al igual que la Revolución Mexicana, la Cubana ha servido de estímulo a la producción novelesca, como lo atestigua el crecido número de obras de ficción que en este período han visto la luz. Algunas tienen como tema central la lucha revolucionaria contra la dictadura de Batista. Tal es el caso de una de las primeras de la serie: Bertillón 166 (1960) de José Soler Puig, quien coloca la acción en la ciudad de Santiago de Cuba, centro de la resistencia antibatistiana y la primera ciudad ocupada por las fuerzas del Ejército Rebelde. Más panorámica que la anterior, pues incluye las actividades de las guerrillas urbanas en La Habana y Santiago, tanto como las de las guerrillas rurales en La Sierra Maestra, es Adire y el tiempo roto (1967) de Manuel Granados, obra que también toca el tema de la relación entre las razas. Y más experimental en sus técnicas que las dos precedentes es Gestos (1963) de Severo Sarduy, calificada por Seymour Menton como “a kind of modern folk epic of the urban guerrilla movement” (Prose Fiction of the Cuban Revolution [Austin: University of Texas Press, 1975], p. 86). Otras de las novelas de esta época (probablemente las de superior mérito artístico) sólo muy indirectamente se relacionan con el tema de la Revolución. Así sucede con El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier; Paradiso (1966) de José Lezama Lima y Tres tristes tigres (1967) de Guillermo Cabrera Infante. No faltan autores que, de modo más o menos propagandístico, centren su atención sobre un aspecto determinado del proceso revolucionario, como Maestra voluntaria (1962) de Daura Olema García, sobre la campaña de alfabetización o Tierra inerme (1961) de Dora Alonso, sobre la reforma agraria. Algunos prefieren el tópico de la incapacidad de ciertos sectores sociales para aceptar los violentos cambios traídos por la Revolución: por ejemplo, Edmundo Desnoes en Memorias del subdesarrollo (1965). Otros procuran trazar las raíces históricas del movimiento “26 de Julio,” conectándolas con las guerras de independencia del siglo XIX y hasta con las rebeliones indígenas contra los conquistadores en el siglo XVI como lo hace Lisandro Otero en las páginas de En ciudad semejante (1970). Y no faltan las evocaciones del inmediato pasado republicano, desde 1902 hasta 1959, visto a través de la conciencia de un personaje, lo que Miguel Barnet realiza en Canción de Rachel (1969). También merece referencia la llamada “novela del exilio cubano,” muy desigual en calidades estéticas, muchas veces poco más que una denuncia panfletaria de la dictadura castrista, pero que ha producido algunas obras importantes, como Perromundo (1972) donde Carlos A. Montaner explora con metodología moderna y compleja el universo subhumano de la prisión política.
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