Published online by Cambridge University Press: 28 April 2010
Ha habido numerosos intentos de escribir la historia de la Revolución Industrial en función de determinadas condiciones previas y necesarias que tienen que satisfacerse antes de que se produzca con éxito la industrialización. Por ejemplo, algunos siguen manteniendo que la «revolución agrícola» tiene que preceder u ocurrir al mismo tiempo que una Revolutión Industrial. Esta hipótesis se contrasta señalando las mejoras de la agricultura británica que acaecieron en el siglo xviii. Un enfoque diferente estima que la aceleración en el crecimiento de la población que tuvo lugar después de 1750 contribuyó al desencadenamiento de la Revolutión Industrial en Gran Bretaña. Un tercer enfoque considera al comercio exterior como el «motor» de la Revolutión Industrial, y al rápido crecimiento de las exportaciones —que incluían una parte más que proporcional de bienes producidos en el sector moderno— como esencial para el desarrollo industrial subsiguiente. Todos estos enfoques adolecen de una aplicación del principio post hoc ergo propter hoc. Es más correcto comenzar buscando las relaciones causales exactas entre los acontecimientos exógenos a la industria y la Revolutión Industrial, y, luego, preguntar si se puede demostrar que estas «condiciones previas» fueron en realidad indispensables.
38 Entre los autores que consideran el comercio exterior como un factor fundamental en la Revolución Industrial se encuentran Berrill (1960), Minchinton (1969) y Habakkuk y Deane (1962).
39 Crouzet (1980) ha intentado hacer resurgir la afirmación de que las exportaciones desempeñaron un papel crucial en la Revolución Industrial. Crafts (1983) ha criticado sus resultados y ha mostrado que sus cifras sobre la renta de 1780 son demasiado altas, lo que le lleva a subestimar la proporción de la producción adicional que fue a los mercados exteriores en las décadas posteriores.
40 Las cifras para el período anterior a 1819 son menos seguras, aunque también indican el papel crucial desempeñado por las exportaciones en la primera etapa de la industria del algodón, interrumpidas a veces por los trastornos ocasionados por las guerras. La producción de algodón, el denominador en la estimatión de Deane y Cole, puede ser demasiado baja para el período anterior y demasiado alta para el posterior (Blaug, 1961, p. 376), lo que supone que la importancia de las exportaciones en las décadas de 1820 y 1830 puede haber sido menor que lo que dan a entender Deane y Cole, mientras que hacia mediados de siglo puede haber sido algo mayor.
41 El hallazgo de que el papel del comercio como «motor» del crecimiento es exagerado no se limita a Gran Bretaña durante la Revolución Industrial. Como Kravis (1970. p. 850) ha mantenido, «en el siglo xix, la expansión de las exportaciones no sirvió para diferenciar los países con éxito de los países sin éxito. El crecimiento, cuando ocurrió, fue consecuencia principalmente de factores internos favorables, y la demanda externa supuso un estímulo adicional que variaba en importancia de un pais a otro y de un período a otro… La expansión del comercio, más que un motor autónomo del crecimiento con éxito, estuvo a su servido».
42 Otras investigaciones sobre el axioma de indispensabilidad ofrecen resultados similares. Por ejemplo, Von Tunzelman (1978) ha demostrado que la máquina de vapor no fue, ni mucho menos, tan crucial como muchos han imaginado. En la mayoría de los casos, la energía hidráulica era un posible sustituto. Sin embargo, si consideramos juntas la energía de vapor y la hidráulica, el concepto de «condición necesaria» vuelve a aparecer. La producción requiere siempre el consumo de energía, y la carencia total de energía barata puede frustrar todo el proceso. No obstante, más de un camino conduce a la energía barata y a la Revolución Industrial, y el camino seguido por Gran Bretana no fue necesariamente el único posible.
43 La división sexual del trabajo fue una fuente de rigidez: con escasas excepciones, en la Europa preindustrial, las mujeres hilaban y los hombres tejían. La invención de la lanzadera volante en 1733 incrementó la productividad del trabajo en la tejeduria, pero creó un cuello de botella en el hilado que sólo podía superarse cambiando esta costumbre. Esta reasignación no era imposible, por supuesto. Después de que, alrededor de 1790, se mecanizara el hilado de algodón se emplearon cada vez más a mujeres y a niños en el tejido de productos de percal y de hilo basto en Lancashire (Collier, 1964, p. 3). Un programa de investigación productivo sería examinar los diversos cuellos de botella técnicos y clasificarlos de acuerdo con los costes asociados con su resolución mediante la reasignación de recursos, en relatión con las posibilidades de buscar una solutión técnica.
44 Por ejemplo, Thomas Lombe (el inventor de la máquina de torcer seda) y Edmund Cartwright (el inventor del telar mecánico) recibieron una asignacion financiera del Parlamento. Sin embargo, las recompensas económicas por la actividad inventiva siguieron siendo muy poco seguras. Otro famoso inventor, Richard Trevithick, solicitó repetidas veces al Parlamento una subventión semejante y le fue denegada.
45 Dado que ya hemos hablado de los recursos naturales, la discusión se limitará aquí al trabajo y al capital.
46 La literatura estimulada por el innovador libro de Habakkuk es bastante extensa. Véanse, por ejemplo, Saul (1970), Landes (1965), Rosenberg (1963, 1967). La mayor parte del debate se ha llevado a cabo en el contexto de las diferencias angloamericanas. Una comparación entre Gran Bretaña y el Continente durante la Revolución Industrial merecería la pena, pero hasta ahora no se ha intentado seriamente. Los dos enfoques no son necesariamente incompatibles desde un punto de vista lógico. La mano de obra barata facilita la extensión de la relación capital-trabajo, mientras que los salarios altos estimulan la búsqueda de inventos ahorradores de trabajo, profundizando asi la relación capitaltrabajo (Habakkuk, 1963). No está claro, sin embargo, si esta distinción es útil en el contexto de la Revolución Industrial en Gran Bretaña.
47 Si el trabajo no es de calidad uniforme, una solución conceptual es volver a definirlo en términos de unidades de eficiencia, en las que una «unidad» de trabajo esté ponderada por su productividad. El modelo predice entonces una acumulación mas veloz si el salario por unidad de eficiencia del trabajo es más bajo.
48 Para un estudio del pensamiento contemporáneo sobre la cuestión de «trabajo barato es trabajo caro», véase Coats (1958).
49 Freudenberger y Cummins (1976) no proporcionan una evidencia demasiado convincente para apoyar su tesis de que los trabajadores ingleses estaban subalimentados antes de la Revolución Industrial. Hay pocas pruebas de la existencia de alguna mejora sustancial en el consumo alimenticio medio después de 1750, si bien las hambres periodicas desaparecieron gradualmente. Basándose en su estudio sobre la estatura, Fogel (1983 b, p. 480) concluye que «parece que Inglaterra llevaba medio siglo de Revolución Industrial antes de experimentar ninguna mejora en la estatura o en la nutritión de la clase trabajadora». En Irlanda y en Holanda, ambos industrializados más tarde, el consumo alimenticio era alto antes de 1845, e intentos de utilizar el salario de eficiencia en la economía irlandesa anterior al hambre no han demostrado tener demasiado éxito (Mokyr, 1983, pp. 223–226).
50 La alternativa exacta no está definida con claridad, lo que hace que la notión de costes de oportunidad, tan querida por los economistas, sea algo complicada. En 1815, por ejemplo, la emigratión se tiene que considerar como un posible factor en el establecimiento de un nivel mínimo para el salario real. Este nivel fue alcanzado por más gente en Irlanda que en Gran Bretaña, por lo que la migratión irlandesa era ya bastante sustancial antes de 1850.
51 Véase Mokyr (1976) para una representatión algebraica de esta interacción y para algunas implicaciones adicionales.
52 Para algunas reflexiones, vénse Kriedte (1981), especialmente pp. 152–154; Mokyr (1976), pp. 377–379. La crítica lanzada contra la relatión entre la industria doméstica y la industria moderns se basa a menudo en informaciones erróneas. Por ejemplo, Berg (1985) utiliza a Flandes, Ulster y Bohemia, que en 1850 estaban bien provistos de fábricas, como modelos de desindustrialización que sirven como contraejemplos a la transitión con éxito de la industria traditional a la moderna. Sin embargo, es innegable que existieron algunos contraejemplos: la historia económica rara vez nos proporciona ejemplos de condiciones que sean suficientes o necesarias. Lo más que podemos esperar son correlaciones aproximadas.
53 La población ocupada en relación con la población total pasó de un 44,86 por 100 en 1801 a un 43,90 por 100 en 1831, y después se elevó a un 45,28 por 100 en 1841 y a un 46,46 por 100 en 1851.
54 Haremos caso omiso del concepto de desempleo encubierto, ya que los cambios en este desempleo son, en efecto, cambios en la productividad del trabajo y no cambios en el input de trabajo.
55 Deane y Habakkuk (1963), entre otros, criticaron la hipótesis de Rostow; para una crítica de la importancia del capital fijo en la Revolución Industrial, véase Pollard (1964).
56 Crafts (1981) distingue entre capital y tierra y, consecuentemente, encuentra una aportación del capital al crecimiento de la producción por trabajador mucho mayor en el período 1760–1800. Estas estimaciones se extienden hasta 1830 en Crafts (1983).
57 Para planteamientos similares, véanse, por ejemplo, Mathias (1969, p. 149) y Cameron (1967, p. 39). Cameron Uega a afirmar que «la tasa de crecimiento del capital es, por lo tanto, un indicador general de la tasa de beneficio», aunque admite que las oportunidades de inversión alternativas del dueño de la fábrica pueden alterar esta correlación.
58 Véanse Cameron (1967) y Crouzet (1972). Es posible que un trabajo adicional sobre la composición de los activos de los bancos británicos pueda modificar esta conclusión para el período posterior a 1844, lo que podría explicar la afirmación de Good (1973) de que la relación de activos bancarios con el PNB era relativamente alta en Gran Bretaña, comparada con países industrializados posteriormente (véase, también, Collins, 1983).
59 La necesidad de los bancos de mantener la liquidez se convirtió en una virtud para la denominada doctrina de los saldos reales, que estipulaba que si los bancos se limitaban a conceder préstamos a corto plazo autoliquidables (tales como el descuento de letras de cambio comerciales), el nivel de precios permanecería estable. Sin entrar a discutir si estateoría tenía algún valor a corto plazo, a largo plazo confinaba a los bancos comerciales a suministrar casi exclusivamente capital circulante.
60 La afirmación de Crouzet de que los primeros dueños de fábricas «no sufrieron» parece extrañamente incompatible con su propia evidencia. Dos párrafos más abajo, Crouzet cita los casos de dos empresas de gran éxito, la de los hermanos Walker y la de McConell y Kennedy, en que se pagaban sueldos muy bajos para maximizar la renta disponible para la reinversión (Crouzet, 1965, pp. 188–189). Algunos de los inventores y de los empresarios más famosos (Cartwright y Roebuck vienen inmediatamente a la memoria) fracasaron por falta de capital circulante, y el éxito de Richard Arkwright se atribuye a menudo no a su destreza técnica, sino a su capacidad de mantenerse a flote en las traicioneras corrientes de las finanzas de las primeras etapas de la Revolucion Industrial.
61 Podemos obtener una idea aproximada de la magnitud de este efecto postulando la existencia de una función de producción agregada en la que el trabajo tiene una elasticidad de aproximadamente ½. En estas condiciones, un aumento de la población de un 1 por 100 reduce, en igualdad de condiciones, la renta per capita en un 0,5 por 100. Entre 1761 y 1831, la población de Inglaterra, menos Monmouth, pasó de 6,14 a 13,28 millones, y podemos suponer que la tasa de aumento (116 por 100) está cercana a la tasa de Gran Bretaña en su conjunto. Según el supuesto del modelo agregado clásico, el efecto de este aumento debía haber sido una disminución de la renta per capita de modo que hacia 1841 la renta sería sólo un 42 por 100 de la de 1761. Además, esta estimación está sesgada hacia arriba porque no tiene en cuenta el efecto del crecimiento en la distribución por edades de la población. Dado que la mayor parte del crecimiento de la población se derivó de tasas de natalidad más altas, la tasa de dependencia se incrementó considerablemente, de 852 en 1761 a 986 en 1831 (1826=1.000) (Wrigley y Schofield, 1981).
62 Véase Mokyr (1984) para más detalles.
63 Según Lindert y Williamson (1982, p. 101), hubo una disminución masiva del pauperismo durante los primeros dos tercios del siglo xix. Sus cifras muestran un descenso de un 19,9 por 100 (1801–1803) a un 14,8 por 100 (1812) y a un 6,2 por 100 (1867). La última estimación procede de una cifra presentada por Perkin (1969, p. 420), quien calcu 16 que el numero de familias pobres era de 610.000. Esta cifra es una pura conjetura: Perkin tomó la media de pobres de 1866, la multiplicó por dos para tener en cuenta a los pobres que vivían de la caridad privada y, luego, la dividió por tres para obtener las familias en vez de los individuos. Hubiera sido preferible volver a la opinión de Henry Mayhew, quien estimó que un 14 por 100 de la población de Inglaterra y Gales a finales de la década de 1840 estaba en la miseria, cifra que Hughes (1969) encuentra aceptable.
64 O'Brien y Engerman recurren a Deane y Cole (1969, p. 301) para apoyar la idea de que la participación de las rentas salariales en 1801 era de un 44 por 100. Esta cifra ignora la advertencia de Deane y Cole de que el 37 por 100 de la renta correspondiente a «beneficios, intereses y rentas mixtas» contiene un componente recibido por los trabajadores por cuenta propia que, en realidad, debería atribuirse al trabajo. El porcentaje de estas rentas permaneció casi igual (38 por 100) en 1860–1869, pero esta estabilidad oculta un considerable aumento de los beneficios y los intereses junto con una disminución de la renta de los trabajadores por cuenta propia.
65 Debe añadirse que las cifras de Lindert y Williamson excluyen a los pobres. Si se les tiene en cuenta, el aumento de la desigualdad se reduce algo. Como se ha señalado, sin embargo, su tratamiento de los pobres puede ser algo incorrecto.
66 El procedimiento se encuentra esbozado en Mokyr (1982, p. 868).
67 La investigación llevada a cabo sobre la estatura masculina parece indicar que ésta mejoró poco antes de 1815 y algo más entre 1815 y 1840. Sin embargo, entre 1840 y 1900 esta medida de la salud física es bastante estable, lo que sugiere que ésta y el bienestar económico seguían rutas bastante diferentes (Fogel, 1983 b, 1984 y las referencias allícitadas). Trabajos más recientes que han utilizado datos de estatura indican una fuerte divergencia entre el nuevo optimismo y este tipo de evidencia para el período 1820–1850 (Floud, 1986). Además, podemos añadir el control de la viruela, que ocurrió más o menos al mismo tiempo que la Revolución Industrial.