Según cálculos del ACNUR, en 1970 había 2,5 millones de refugiados en el mundo. En 1980, esta cifra ascendió a 11 millones y, a comienzos del decenio de 1990, la alarmante escalada de guerras civiles obligó a un promedio de 10.000 personas por día a cruzar una frontera internacional. En 1993, el número de refugiados rondaba los 18,2 millones y 24 millones, por lo menos, de personas se vieron forzadas a desplazarse dentro de su propio país (ACNUR, 1993:1). El presente año, la situación ha seguido deteriorándose, particularmente en África, donde más de un millón de refugiados han huido de los combates en Ruanda durante las últimas semanas.
A corto y a mediano plazo, la respuesta internacional a estos desplazamientos masivos de población ha sido cubrir algunas necesidades básicas y tratar de establecer las condiciones adecuadas para que los desplazados puedan proveer a su propia subsistencia. A largo plazo, se piensa, en general, que la situación se resolverá cuando esas personas vuelvan a su país. Para ello, diversos representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) han puesto de relieve la necesidad de propiciar las condiciones que favorezcan el regreso masivo de la población desplazada. (ACNUR, 1981; 1985; 1990; Hocke, 1986). En la reunión del Comité Ejecutivo de 1991, la Alta Comisionada volvió a llamar la atención sobre esta cuestión.